domingo, 17 de febrero de 2013

La concepción del alma


 



Resulta, sin duda, necesario establecer en primer lugar a qué género pertenece y qué es el alma —quiero decir, si se trata de una realidad individual, de una entidad o si, al contrario, es cualidad, cantidad o cualquier otra de las categorías que hemos distinguido— y, en segundo lugar, si se encuentra entre los seres en potencia o más bien constituye una cierta entelequia. La diferencia no es, desde luego, desdeñable.

(Acerca del alma I, 1, 402a23-27.)


Es costumbre de Aristóteles (costumbre, por lo de­más, tan estimable como poco común) comenzar una obra ofreciendo la enumeración de todas aquellas cues­tiones con que habrá de enfrentarse a lo largo de toda ella. Un índice semejante de cuestiones existe también en el tratado Acerca del alma. La breve cita que enca­beza este apartado de nuestra Introducción recoge pre­cisamente aquellas líneas con que se abre la relación de los problemas a tratar. De acuerdo con el programa expuesto en estas líneas, la cuestión fundamental y que ha de abordarse en primer lugar es «a qué género per­tenece y qué es el alma». Tal afirmación implica que Aristóteles no se plantea de modo explícito el problema de si el alma existe o no: su existencia no se cues­tiona, sino que se pasa directamente a discutir su na­turaleza y propiedades. El lector de hoy sentirá segu­ramente que su actitud ante el tema se halla a una notable distancia del planteamiento aristotélico y con­siderará que la verdadera cuestión a debatir no es la naturaleza y propiedades del alma, sino la existencia misma de una realidad de tal naturaleza y propieda­des. El horizonte dentro del cual Aristóteles debate el problema del alma difiere notoriamente del horizonte intelectual en que se halla instalado el lector moderno en virtud de diversas circunstancias históricas de las cuales tal vez merezcan destacarse las dos siguientes: las connotaciones religiosas asociadas a la idea de alma y la decisiva influencia ejercida por el Cartesianismo sobre la psicología metafísica a partir de la moder­nidad.



cierto que en el pensamiento griego el tema del alma aparece asociado con insistencia a concepcio­nes y creencias de tipo religioso (inmortalidad, transmi­gración, culpas y castigos, etc.): baste recordar el pita­gorismo y la filosofía platónica. Aristóteles, sin embargo, no plantea la cuestión del alma en conexión con creen­cias religiosas, sino desde una perspectiva estrictamente naturalista.

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Aristóteles acepta, pues, la existencia del alma, si bien su actitud ante la misma es sustancialmente ajena a las connotaciones religiosas tradicionales. La perspec­tiva en que se sitúa es la explicación del fenómeno de la vida. El razonamiento subyacente a su planteamiento es, más o menos, el siguiente: en el ámbito de los seres naturales los hay vivientes y no-vivientes; entre aqué­llos y éstos existe una diferencia radical, una barrera ontológica infranqueable; ha de haber, por tanto, algo que constituya la raíz de aquellas actividades y funcio­nes que son exclusivas de los vivientes. Este algo —sea lo que sea— es denominado por Aristóteles alma (psyché) y, cuando menos, hemos de convenir en que tal deno­minación cuadra perfectamente con la tradición griega de que Aristóteles se nutre. El problema estriba, pues, en determinar la naturaleza de ese algo, del alma. Ca­bría decir que se trata de encontrar una referencia adecuada al término «alma» y tal búsqueda sólo es po­sible a través de una investigación —filosófica y em­pírica— de las funciones, de las actividades vitales. El tratado Acerca del alma no es sino un tratado acerca de los vivientes, acerca de los seres naturales dotados de vida.

El primer problema a debatir es, por tanto, qué tipo de realidad es el alma. En las líneas citadas anterior­mente este problema se concreta, a su vez, en dos cues­tiones fundamentales: en primer lugar, si el alma es una entidad o bien constituye una realidad meramente accidental; en segundo lugar, si es acto, entelequia o, por el contrario, se trata de una potencia, de una po­tencialidad o capacidad para vivir que poseen ciertos cuerpos naturales y de la cual carecen los seres inani­mados. Aristóteles se enfrenta al tema del alma equipa­do con un sistema de conceptos bien perfilado y ori­ginal. Frente a toda la filosofía anterior, ensaya un audaz experimento de traducción consistente en rein-terpretar el dualismo tradicional de cuerpo-alma a tra­vés de sus propios esquemas conceptuales de entidad-accidentes, materia-forma, potencia-acto. El resultado será una teoría vigorosa y nueva acerca del alma, alejada por
igual de todas las especulaciones anteriores, pero no exenta de ciertas ambigüedades y tensiones in­ternas.
 
A) La palabra griega ousía (que generalmente suele traducirse por «sustancia» y que nosotros traduciremos siempre por «entidad»)[1] abarca en la obra aristotélica una pluralidad de nociones cuya sistematización cohe­rente no deja de resultar difícil. En efecto, Aristóteles denomina ousía, entidad a las siguientes realidades o aspectos de lo real: a) «Lo que no se predica de un sujeto ni existe en un sujeto; por ejemplo, un hombre o un caballo» (Categorías 5, 2a12-13). Se trata, según es­tablece explícitamente Aristóteles, de la acepción fun­damental del término ousía, con la cual se hace refe­rencia a los individuos pertenecientes a un género o especie naturales, b) Las especies a que pertenecen los individuos y los géneros en que aquéllas están inclui­das, por ejemplo, «el individuo humano está incluido en la especie "hombre" y el género a que esta especie pertenece es "animal" y de ahí que la especia "hombre" y el género "animal" se denominen entidades segun­das» (ib., 5, 2a 16-18). En este caso la palabra ousía pasa a significar el conjunto de los predicados esenciales que definen a un individuo. (Los individuos se denomi­nan entidades primeras), c) Aquellas realidades que son capaces de existencia independiente, autónoma, es de­cir, las «sustancias» (en la acepción tradicional de este término), por oposición a los accidentes, d) El sujeto físico del cambio, es decir, lo que permanece idéntico como sustrato de las distintas modificaciones resultan­tes de aquél, e) Por último, el sujeto lógico-gramatical de la predicación, del discurso predicativo: «lo que no se predica de un sujeto, sino que lo demás se predica de ello» (Metafísica VII 2, 1029a8). El término ousía se inserta, pues, en un conjunto de oposiciones que de­terminan su significado como: individuo frente a los géneros-especies, predicados esenciales frente a predi­cados accidentales, sustancia frente a accidentes, sujeto permanente frente a las determinaciones sucesivas cam­biantes y sujeto del discurso predicativo frente a los predicados del mismo. La teoría aristotélica de la ousía, de la entidad, es, pues, muy compleja y solamente una comprensión adecuada de la misma permite adentrarse en el planteamiento del problema del alma que se ofre­ce en nuestro tratado.